por Aurelio M. Seco. CODALARIO.

LA “ITALIANA” EN ASTURIAS

El segundo título de la Temporada de Ópera de Oviedo ha dejado un buen sabor de boca, gracias a un interesante trabajo del director de escena asturiano Emilio Sagi, un reparto lírico en el que sobresalió Pietro Spagnoli, David Menéndez y Manel Esteve, una divertida y solvente participación del Coro de la Ópera de Oviedo y una versión musical de Ottavio Dantone que, aun con sombras, resultó estimulante. “La italiana en Argel” es una obra menor, de Rossini y del repertorio operístico en general, un título que no hubiera venido mal dejar reposar unos años, dando la posibilidad al aficionado ovetense de ver otras joyas más brillantes del repertorio. Qué duda cabe que la música, de fuerte influencia mozartiana, tiene momentos atractivos, pero en ella también se nota una cierta falta de inspiración melódica. Con todo, lo menos interesante es el libreto, una historia ridícula, sin ningún interés. Con estos mimbres, y en un contexto de salvaje crisis económica que obliga a recortar gastos de producción, Emilio Sagi realiza una lectura elegante a la par que simpática. Seguramente consciente del disparate teatral al que se enfrenta, hace caso omiso de algunos detalles del libreto, y opta por recrear la historia desde un punto de vista muy personal, que incluye los elementos de su ya conocido y fructífero lenguaje: sutiles movimientos, exquisitamente planificados y de comicidad refinada, banderas, banderines, globos y uso de palabras. Todo ello en un contexto estético seductor, bien pintado de blanco y rojo en el primer acto y menos bien, de azul, en el segundo. La función se dedicó al ovetense Javier Escobar, director de producción del Teatro Real, fallecido el pasado agosto.

Del reparto destacó Pietro Spagnoli, un artista extraordinario que ofreció una lección magistral de cómo interpretar el papel de Mustafá. Spagnoli es el tipo de cantante que todo director musical o de escena querría tener en su reparto, un artista que domina el escenario totalmente, gracias a un talento interpretativo y carisma tan natural como difícil de encontrar. El barítono asturiano David Menéndez tuvo una gran participación, hasta el punto de anular la presencia de Vivica Genaux cuando compartían escenario. Cantando estuvo espléndido, en volumen, gusto y dicción. Su caracterización de Taddeo dejó algunos de los momentos más graciosos de la noche. También destacó Manel Esteve, quien dotó a un personaje secundario como Haly de un protagonismo inusual, gracias a sus sobresalientes dotes de actor y una manera de cantar tan agradable como sincera. Sin poseer una gran voz, fue uno de los que más se hizo oír, por su línea de canto dúctil y elegante, llena de buen gusto y saber hacer. En general, los hombres cantaron mucho mejor que las mujeres, si exceptuamos el caso de Antonio Lozano, un artista que ha cometido un gran error al afrontar el papel de Lindoro. Hay oportunidades envenenadas que simplemente hay que rechazar. Era evidente que el papel le venía demasiado grande. En un contexto escénico lleno de eunucos, el que parecía un castrado cantando era el propio Lindoro, avocado a afrontar las dificultades de su registro agudo de manera forzada y poco afortunada. Por el contrario, los miembros del Coro de la Ópera interpretaron a los eunucos con dos bemoles. Su caracterización, que incluyó su presencia en sujetador, resultó tan valiente como simpática. Vocalmente estuvieron a un buen nivel, en una obra en la que la parte coral no resulta sencilla. De las mujeres, quien mejor lo hizo fue Vivica Genaux, una Isabella sensual y atractiva en escena que, sin embargo, no cantó tan bien. A su interpretación le faltó voz en general y homogeneidad de registros. En el grave, su voz adquiría un timbre parte engolado parte oscurecido, muy poco afortunado. Tampoco resultó agradable observar el gesto técnico que, a mandíbula batiente, le permitía afrontar la coloratura de su papel. La parte positiva, su fraseo, elegante y sentido. Eliana Bayón como Elvira y Gemma Coma Alabert como Zulma no estuvieron a la altura. El director musical Ottavio Dantone demostró poseer un criterio musical claro y bien definido. Su punto de vista sin duda resultó interesante, y aunque en el transcurso de su interpretación se perdieran matices, algunos debido a su intencionalidad, otros a las carencias de la orquesta, en general su estilo resultó razonable, entusiasta y cuidadoso con la música de Rossini. A pesar de ello, la comunicación con el coro y los cantantes resultó demasiado descuadrada. El resultado fue una versión solvente que, sin grandes alardes, estuvo llevada de la mano de un director sensato y de talento. La Oviedo Filarmonía tocó a un buen nivel, aunque ya es costumbre que la situación artística de la orquesta deje ver tantos méritos como flaquezas a lo largo de una función tan larga.

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